Publicado en la Revista PODER, octubre 2012
¿Cómo disponer de
más espacio público? ¿Cómo mejorar la cohesión social? ¿Cómo facilitar un
transporte público eficiente? Una solución propuesta en los 60s por Walter
Jonas, un artista suizo preocupado por las urbes, fue Intrapolis, una ciudad
con edificios gigantes en forma de cono, de 100 metros de diámetro y 700
departamentos. Los ciudadanos vivirían en los pisos más altos del cono y en las
partes bajas se tendrían escuelas, tiendas, parques y cines. Cada edificio
sería una pequeña ciudad, conectada con otros conos por puentes. Las viviendas
solo tendrían vista interna hacia sus espacios públicos, aislándose del caos
automovilístico externo. Aunque concitó atención y asombro, la propuesta quedó
en planos.
Antes de sugerir
este utópico proyecto, Jonas había viajado por Brasil, dónde seguro fue inspirado
por Brasilia, que estaba en rápida construcción bajo la batuta de Lúcio Costa y
Oscar Niemeyer. La capital en forma de avión tiene una llamativa arquitectura
modernista y un fluido y eficiente tránsito. Sin embargo, al verla pareciese
que el planeamiento se enfocó en darle
“ciudadanía” a los automóviles y no a las personas: abundan carreteras y pasos
a desnivel que evitan el tráfico pero lo hacen sacrificando veredas y plazas
necesarias para el contacto humano casual.
En otra experiencia
de planeamiento urbano de finales de los 40s, en Estados Unidos se construía Levittown,
el arquetipo del suburbio americano con tecnologías de producción en serie. La
vida en los suburbios se convirtió en un modelo muy popular, en el que las
familias se alejan de los centros urbanos, habitan casas idénticas y espaciosas
y están rodeadas de vecinos similares. Estas viviendas han sido llamadas McMansion, en alusión a la cadena de
comida rápida, por su estandarización y efecto nocivo en la salud, dado que
tanto para ir a trabajar como para comprar en la farmacia, se requiere de automóvil. Como en Brasilia, la interacción
es entre carros, no entre personas.
Una respuesta a los
suburbios fue desarrollada por los Nuevos Urbanistas en los 80s, quienes
plantearon mayor densidad poblacional, con espacios de vivienda más pequeños
aunque con terrazas o balcones, y con tiendas, escuelas, parques y
entretenimiento a una distancia corta. Así se puede caminar y la ciudad gira en
torno al peatón y el transporte público. La preocupación por la deshumanización
de las ciudades y la primacía del automóvil se ha manifestado también en
diferentes propuestas urbanísticas de “ciudades lentas” y “espacios
compartidos”.
La mayoría de
ciudades no nacen de planificaciones, se
desarrollan de manera orgánica en torno a rutas comerciales o recursos
naturales. Sin embargo, su sostenibilidad depende de autoridades que prevean
los problemas que vienen con el crecimiento y/o la migración.
Lima ha crecido
caóticamente sin que en el pasado ninguna autoridad tome decisiones drásticas
para tener más orden y justicia. Como hemos visto de los ejercicios utópicos o
aplicados de planeamiento urbano, una de las lecciones principales es evitar la
supremacía del automóvil y que este terminé arrinconando al peatón y al
ciclista, priorizando el transporte público eficiente para que la mayoría nos
desplacemos.
Después de la miope
liberalización del transporte público en los 90s, que aumentó el desorden en
Lima, a la vez que se enfatizaba privilegios para el automovilista, ningún
alcalde se atrevió a ponerle freno y revertir el caos creado debido al elevado
costo político que implica. Esto ha sido imperdonable, porque no cambiar la
situación por cobardía, y distraerla con soluciones muy parciales, es una
pésima gestión pública. Sin embargo, es peor que algunos partidos políticos y
medios apoyen una revocatoria que inevitablemente traería como resultado la
paralización de la reforma más importante para mejorar la calidad de vida de todos
los limeños.
Nunca nos hemos
preguntado como sociedad qué valores resaltar en nuestra organización urbana.
Tal vez pensar en una utopía tan loca como la de los edificios cónicos nos
hubiese hecho cuestionarnos los ideales y principios sobre los que queríamos
desarrollar nuestra ciudad. La valiente reforma de transporte emprendida por
Susana Villarán nos abre los ojos para entender que es posible eliminar la
anarquía y el caos. Y que en el futuro podemos aspirar a que todos tengamos
derecho a la ciudad, en especial peatones, ciclistas y usuarios de transporte
público.
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