sábado, 10 de noviembre de 2012

El poder blando en el Perú

Publicado en la Revista PODER, Febrero 2012

En su última edición, la prestigiosa revista británica Monocle publicó su Ranking Global del Poder Blando. Estados Unidos lidera la lista de 30 países, entre otras cosas por ser el exportador de cultura más grande del mundo. Nos gusten o no, las películas de Hollywood, las series norteamericanas, la música pop, o los iPad, influyen en cómo pensamos, qué nos importa y de qué nos reímos. El Reino Unido lo sigue, por la llegada mundial de la BBC, la boda real y el apoyo a la Primavera Árabe. En un mundo ya no tan francófilo como antes, Francia igual aparece tercero por su liderazgo (compartido) en Europa, así como por su encanto cultural y, por supuesto, la Alianza Francesa.

Después vienen, entre otros, Suecia con su boyante gastronomía, y las novelas Millenium; Japón con su omnipresente sushi e influencia en el entretenimiento con Nintendo y los animes; y España con los diseños de Zara, sofisticada comida y su fútbol. Entre los latinoamericanos están Brasil en el puesto 21 por el carisma de su gente y éxitos en crecimiento y reducción de la pobreza; y Chile en el 24, por el rescate de los mineros, el liderazgo mundial de Michelle Bachelet en la ONU Mujeres y sus vinos.

¿Y el Perú? No está. La marca país no basta. Como hemos visto, el poder blando, término acuñado por el internacionalista Joseph Nye, es la habilidad de un Estado para lograr sus objetivos en política internacional, incidiendo mediante atracción positiva, convencimiento y persuasión, generalmente basados en las ideas y la cultura. Es contrapuesto a un poder duro, que impone con coerción militar y/o económica.

Este ranking, como otros basados en factores subjetivos, es controversial. Incluye en la medición cuantitativa (estadísticas y otros indicadores) las instituciones políticas, la imagen cultural, la red diplomática, su sistema educativo y el modelo económico; y un componente subjetivo de los editores respecto a gastronomía, marcas comerciales, íconos, entre otros.

El Perú tiene muchas razones para figurar en la lista. Un conjunto pequeño, pero influyente, de íconos como Mario Vargas Llosa, Mario Testino, Juan Diego Flórez y Gastón Acurio. Una gastronomía sofisticada en expansión a ciudades cosmopolitas. Un sistema democrático que evitó la elección de la hija (y el entorno) de un exgobernante corrupto encarcelado. Una economía fuerte que ha reducido la desigualdad y pobreza.

Asimismo, tenemos muchísimo potencial. Nuevos atractivos turísticos, desde cruceros amazónicos hasta uno de los más bonitos malecones de Sudamérica. Pasando de tocar el Cóndor Pasa o los Beatles en zampoñas a popularizar una música más única y creativa, pero con expectativas comerciales, como Miki González, Bareto o Lucho Quequezana. Si tiene mayor éxito popular, también la nueva literatura con Santiago Roncagliolo y Daniel Alarcón, y la prestigiosa Etiqueta Negra.

Sin embargo, nuestro poder blando se ve disminuido por diversos factores, como la abierta discriminación en la sociedad, expuesta en las playas de Asia o con los porteros negros en los hoteles. O esas contradicciones entre la amabilidad con los extranjeros y la hostilidad entre nosotros, con combis chatarra y camionetas modernas violando reglas de tránsito. También la poca prevención de conflictos sociales mediante un diálogo proactivo. Y, obviamente, los bajísimos niveles de educación y lo poco que se hace al respecto.

Algunos de estos temas son responsabilidad del Estado (principalmente, educación y promoción), otros dependen de algunas individualidades (por ejemplo, los músicos) y el resto corresponde a todos (como la discriminación). Es decir, el poder blando es una herramienta difícil de manejar con políticas o con publicidad; la marca país nos puede ayudar a posicionarnos, pero la imagen trasciende las campañas, es más sutil y real, en particular en un mundo tan informado. Sin embargo, para todos –Estado, personas y sociedad– es importante identificar nuestro ‘inventario’ de poder blando desde una perspectiva global, para que pensemos en cómo podemos ser mejores, fuera de patriotismos egocéntricos. No por cómo nos ven afuera, sino simplemente para progresar.

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