sábado, 10 de noviembre de 2012

Los tecnócratas, los tecnopols y los políticos

Publicado en la Revista PODER, mayo 2012.

En mi experiencia en ministerios y agencias públicas, trabajé con tecnócratas, tecnopols y políticos. Durante años, y frente a cambios frecuentes, compartí el mismo temor que mis colegas: que nombren a políticos como ministros, viceministros o en otros cargos importantes. Todavía es así: usualmente, con el nombramiento de un político, las organizaciones se remecen; viene un periodo de inestabilidad laboral y una incertidumbre en las metas y actividades. Los políticos generan preocupaciones que trascienden a organismos internacionales y gran parte de la opinión pública. ¿Están justificados estos temores?

La tecnocracia es vinculada al desprestigio de los partidos políticos. Los tecnócratas son seleccionados para puestos claves sobre la base de su prestigio y nivel académico. Su búsqueda de la racionalidad los hace pragmáticos, con desprecio por la política, llena de obstáculos y negociaciones que impiden llegar a la supuesta verdad. Así, algunos tienen un apego muy débil a la democracia.

Hay muchos ejemplos de su poder en gobiernos autoritarios, como las tecnocracias de derecha del Opus Dei en la dictadura de Franco, los Chicago Boys con Pinochet y los liderados por Boloña en el autoritarismo competitivo de Fujimori. También hay casos en regímenes democráticos, y de centroizquierda, como los ‘monjes’ del CIEPLAN de Chile en la Concertación o los cuadros de CEBRAP en Brasil en los 90s. En el Perú, la tecnocracia ha seguido participando activamente en los gobiernos democráticos desde finales del 2000.

Por su lado, el tecnopol es un líder con sólida formación académica, pero también político, porque domina el proceso democrático que toman las políticas públicas. Para un tecnopoluna política es racional si, además de ser técnicamente correcta, es viable y sostenible políticamente. Los tecnopols usualmente tienen opiniones establecidas en temas de política que están fuera de su ámbito de especialización, a diferencia del tecnócrata pragmático. Generalmente, tienen poder político propio, basado en una combinación de vínculos con cuadros técnicos (institutos o think tanks), habilidad para la interacción con políticos, y/o carisma con la población; aunque no necesariamente están expuestos a elecciones. Jorge Dominguez, uno de los acuñó el término, cita como ejemplos a Domingo Cavallo de Argentina, Alexandro Foxley en Chile y Fernando Henrique Cardoso en Brasil.

En Perú, el ejemplo actual de un tecnopol es Luis Miguel Castilla, quién ha sabido ganarse con mucha muñeca la confianza de la pareja presidencial, sabiendo ceder cuando ha sido necesario. Mercedes Aráoz, también con muy buen prestigio académico, supo aprovechar su habilidad política y carisma. Aunque la izquierda no ha tenido mucha presencia en el gobierno central, un buen ejemplo es Gustavo Guerra García, ex Viceministro, impulsor de Fuerza Social, y ahora negociador con los gremios de transportistas en una de las reformas más difíciles que enfrenta Lima.

¿Y los políticos? En realidad, en comparación con tecnócratas y tecnopols, son los únicos expuestos a un ciclo político de elección, representación y reelección. Además, por formación, deberían ser especialmente hábiles para escuchar, negociar y mediar. Por esto, deberían ser los llamados a liderar desde ministerios y viceministerios y otros puestos  clave, la conducción política del Estado, para así atender de manera adecuada las necesidades de la población, lidiando de manera eficiente con los intereses organizados de toda la sociedad y representado la visión y las ideas por las que fueron elegidos. Sin embargo, eso todavía suena lejano. Los partidos políticos en el Perú no son representativos de la población, ni de una visión de país que refleje valores, ideas y programas para mejorar nuestro futuro; y no tienen programas de formación para sus cuadros, en política y gestión pública. Las instituciones que representan a la sociedad civil son muy débiles o desiguales. El Estado está expuesto a ser copado y capturado por intereses político-partidarios.

Los temores hacia los políticos son fundados. Sin embargo, tenemos que priorizar las reformas para que confiemos nuevamente en ellos, y así la democracia sea sostenible, la población se sienta representada en el Poder Ejecutivo y, por ejemplo, los conflictos sociales puedan ser mejor manejados.

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